Cambiamos de algún modo

Hemos pasado mucho tiempo asumiendo que el ser humano no puede cambiar su manera de ser. Se asume que esta era una entidad fija y heredada. Ahora bien, si hay algo que busca la psicología y cualquier ciencia del bienestar es promover cambios estables en el ser humano para que este alcance la realización, el equilibrio y la satisfacción existencial. El cambio, a veces, se alza como algo casi necesario.

Quien diga que las personas no cambian se equivoca. El ser humano no varía sus comportamientos ni su estilo de personalidad de un día para otro como quien chasquea los dedos. El proceso del cambio es algo más íntimo, pausado y hasta descarnado, porque más que cambiar, crecemos. Algo así solo se consigue tomando plena conciencia de nuestras limitaciones y agujeros negros.

Una investigación de la Universidad de York aporta información relevante. En primer lugar, sabemos que tanto las influencias ambientales como las genéticas determinan nuestra personalidad. Asimismo, este constructo psicológico evidencia tanto rasgos de carácter como de temperamento.

Bien, algo que nos dicen los expertos es lo siguiente: es muy difícil que el carácter varíe por completo, pero lo que sí cambia son nuestras cualidades “intermedias”, esas que se encuentran justo debajo de la superficie de los rasgos generales.

Las personas adquirimos atributos de madurez social y emocional y algo así nos permite madurar. Ahora bien, para que eso suceda, uno debe tener una clara voluntad hacia el cambio. Cada vicisitud, cada circunstancia vital, tiene un efecto madurativo en nosotros que nos impulsa a avanzar y seguir aprendiendo.

Seguimos siendo fieles a nuestros rasgos base de personalidad, pero hay cosas que han variado y que nos pueden permitir convertirnos en quien deseamos de verdad.

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