La Casa Histórica y el espíritu de la Independencia Argentina

Con gran alegría, y tras la prolongada zozobra que supuso la pandemia por Covid-19, la Casa Histórica de la Independencia reabrió sus puertas al público el pasado 6 de febrero. Es oportuno contar que las visitas se realizan exclusivamente con reserva previa a través del sitio web.

El Museo Casa Histórica, forma parte del Patrimonio Cultural de la Provincia de Tucumán, además, Monumento Nacional. Es menester asociar esto, para determinar el valor de que sus puertas estén abiertas y que la historia se cuente tal cual fue, en el Salón de la Jura, aquel 9 de julio que marcó la Historia de los Argentinos de todos los tiempos. Esta Sala es la mayor de tres, es donde se dieron las sesiones del Congreso, y la única que se conserva del edificio original. Contiene el gran candil y la mesa que presidieron las sesiones del mismo; las sillas que acompañan a la mesa datan aproximadamente de la fecha de la declaración de la independencia. Y como testigo de todo lo que fue , es y será, un Crucifijo.

Vinculado a este acontecimiento y al mentado “reseteo global” asociado a la pandemia Covid-19, COMMA trae a colación la reposición del Crucifijo en la Sala de la Jura por enero del 2017, que la antigua administración del museo intentó remover apelando, entre otros, al argumento del falso histórico. Tras su bajada de la pared frontal de la Sala y difusión del hecho por las redes sociales tucumanas, “apareció” un Crucifijo en la mesa de la misma Sala “acompañado” de diferentes explicaciones contradictorias y fuente sin autoría verificable, que el crucifijo se cambió de lugar, no era original, no había evidencias históricas de que hubiera uno colgado, o que se descolgó para restaurarlo.

En 2016, María Lilia Rodríguez del Busto, María Inés Torino y Florencia Nucci fueron quienes solicitaron a las autoridades institucionales pertinentes, por las vías formales correspondientes, la restitución del Crucifijo al Salón de la Jura de la Independencia, sostuvieron que “la decisión de quitarlo constituía una afrenta a la tradición cristiana de nuestro pueblo, una provocación innecesaria a la grey identificada con la fe cristiana, anterior a la Patria, y la negación de la historia misma”.

El 16 de enero de 2017, 146 días después de que arbitraria e inconsultamente fuera descolgado, un importante gesto de honestidad intelectual, llevó a las autoridades a reponer el Crucifijo, gesto que las tres ciudadanas tucumanas agradecieron tanto al Ministro de Cultura como a las autoridades de Museos dependientes del Ministerio de Cultura de la Nación.

Por otra parte, la oportuna intervención de reconocidas personalidades de la cultura e historia de Tucumán tales como Rodolfo Martín Campero, Pbro. Jorge Marcelo Barrionuevo, Sara Peña, Elena Perilli, Teresa Piossek Prebisch y Carlos Páez de la Torre (h), como así también de numerosos integrantes de la sociedad civil, zanjó la discusión sobre si correspondía la presencia del Crucifijo en la Sala de la Jura o no, quedando plasmado un claro posicionamiento de interpretación histórica en la edición del 20 de enero del año 2017, de un prestigioso diario tucumano.

“Es importante reflexionar y valorar la trascendente actitud de los intelectuales mencionados en torno al debate del Crucifijo de la Sala de la Jura”, le comentaron a COMMA, integrantes de la Comisión que se formó para lograr la reposición del crucifijo en aquella oportunidad. Y continuaron, “en efecto, independientemente de las fracciones ideológicas o políticas del momento, el espíritu que imbuía la época en que se realizó el Congreso de Tucumán de 1816, incluyendo el mismo proyecto nacional, estaba profundamente arraigado en el catolicismo que, para bien y para mal, se difundía en estas tierras hacía 260 años y ocupaba un lugar predominante en las costumbres virreinales sudamericanas, incluyendo las expresiones de religiosidad”.

Desde la comisión sostuvieron que la  Cruz es un símbolo que transmite no sólo una fe, representa una cosmovisión que fue justamente la de los Congresales de antaño, que supieron deponer intereses particulares en orden al bien común. “Otra cosa es que el proyecto nacional haya cambiado hasta nuestros días o que esa fe se haya menoscabado, pero no es honesto pretender ocultar que era el existente en 1816, como tampoco lo sería sostener que los retratos de los Congresales estuvieron en la Sala de aquel entonces”, dijeron.

Hoy, cuatro años después de la restitución del Crucifijo en la Sala de la Jura de nuestra querida Casa Histórica de la Independencia, con miles de compatriotas muertos por Covid-19 y otras causas, debe quedar en claro que la Cruz es siempre una invitación a la concordia y un signo redentor que abraza el sufrimiento de la humanidad toda. “Ojalá, desde Tucumán, podamos los argentinos comprender la profundidad de este mensaje y asumir generosamente desafío tan grande”, dijeron.

Quienes bregan por la verdad de la historia afirman que la descontextualización lleva necesariamente a anacronismos, lo cual no suele realizarse inocentemente, de esta manera se busca muchas veces, justificar el presente y modelar un futuro.

La pluma que arroja luces

Si las ideas expuestas en los párrafos precedentes hubiera sido expresada, quizás, con poca claridad, la extraordinaria pluma de Nicolás Avellaneda (1837 – 1885) arroja luces al respecto sin dejar lugar a dudas: “El Congreso de Tucumán se halla definido por estos dos rasgos fundamentales. Era patriota y era religioso, en el sentido riguroso de la palabra; es decir, católico como ninguna otra asamblea argentina. Su patriotismo ostenta sobre sí el sello inmortal del acta de la independencia, y su catolicismo se halla revelado casi día por día en las decisiones o en los discursos de todos los que formaban la memorable asamblea. Los congresistas se emanciparon de su rey, tomando todas las precauciones para no emanciparse de su Dios y de su culto. Querían conciliar la vieja religión con la nueva patria”.

“Fueron curas de aldeas los que declararon a la faz del mundo la independencia argentina, pero eran hombres ilustrados y rectos. No habían leído a Mably ni a Rousseau, a Voltaire y a los enciclopedistas; no eran sectarios de la Revolución Francesa, y esto mismo hace más propio y meditado su acto sublime. Pero conocían a fondo la organización de las colonias, habían apreciado con discernimiento claro los males de la dominación española y llevaban dentro de sí los móviles de pensamiento y de voluntad que inducen a acometer las grandes empresas”, escritos y discursos: El Congreso de Tucumán.

Y para culminar con más fehaciencia de lo planteado en estas líneas, traemos a colación una entrevista imperdible realizada por Daniel Dessein a Carlos Paez de la Torre (h) y publicada el 5 de abril del año pasado, en la sección Literaria del diario para el cual trabajaba. Y resulta sugerente el abordaje del tópico referido a las novelas históricas y al revisionismo histórico que tuvieron auge en la Argentina de los años 90 y luego de la crisis del 2001, respectivamente. Quizás, como expresa el entrevistado, “los géneros empezaron a cruzarse y las fronteras a confundirse, muchas veces como consecuencia de un propósito deliberado de los autores”, pudiéndose “encontrar hoy trabajos historiográficos que citan como fuentes a novelas históricas”. Siendo que la literatura y la historia se rigen bajo reglas diferentes, no considerar esta premisa al leer un libro o artículo que trate de historia, puede resultar en una incorrecta valoración e interpretación de hechos pasados para ser éstos, lamentablemente, abordados a partir de categorías ideológico-políticas del presente.

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